viernes, 18 de abril de 2008

Hoy llegué al colmo del desgano que se viene acrecentando en los últimos días. No tengo ganas de hacer absolutamente nada. Ni siquiera de hacer cosas que me resultaran plaecenteras, todo estaba pesado, todo era tedioso. Ir a música, escuchar música, tocar, leer, charlar, discutir (que me gusta), sentía que no tenía ganas porque todo era totalmente al pedo... no valía la pena. No estaba el para qué... es feo, es como perder por un rato el sentido de vivir.

Es más, no sé cómo estoy escribiendo, a lo mejor no tengo ganas, pero lo único que le gana al desgano es la desesperación.


Así logré llegar a leer El Túnel, de Ernesto Sábato, para el día de hoy, que era cuando lo tenía que dar. Lástima que la profesora tuvo mesa de exámen y no nos pudo tomar. Creo que la lectura hubiera sido más placentera si no hubiese sido a contrarreloj y haciendo todo lo posible para retener la mayor cantidad de conversaciones, deducciones, pensamientos y acciones de los personajes. La culpa fue mía, lo leí mal y pronto, tendría que haberlo empezado apenas lo tuve en mis manos. Igual me gustó, me quedó la sensación de que le faltaba una vuelta de tuerca hacia el final, un remate inesperado, pero igual estuvo bueno. Disfruté mucho de ver cómo es que el personaje ordena el pensamiento para poder realizar hipótesis acerca de la vida cotidiana como si fuera un científico.
Creo que cuando se lee un libro cuenta mucho cómo se lee. Crónica de una Muerte Anunciada de García Marquez me pareció un libro más difícil de leer, pero fue único. Mientras lo leía, sentía que estaba en el lugar. Dar ese libro fue extremadamente difícil, pero disfruté más el libro, sin importarme mucho, cuando terminé de leerlo, que era para una lección.


Volviendo a lo anterior.
Creo que una de las cosas que me está causando un desgano infinito es que todo se termina. El otro día me encontré a un... más bien a "mi" amigo de cuando estudiaba inglés, Walter. Digo mi amigo, porque es el único con el que logré hacerme un gran amigo, a pesar de que estuve con la mayoría más de siete años compartiendo dos horas y media a la semana. Hacer amigos no es una de mis cualidades, por el contrario, por diferentes cosas siento que cada vez que voy a hablar con alguien nuevo estoy a la defensiva, porque uno no sabe si se puede encontrar con alguien bueno o malo... y desgraciadamente, por descarte, supongo lo segundo.
Ya me fui al carajo, me pasa por explicar cada palabra que uso. Iba caminando para gimnasia cuando me encuentro con mi amigo Walter, él volvía de la Universidad de La Plata, donde estudia farmacología.

No puedo explicar la nostalgia que sentí cuando lo vi. Simplemente no puedo. Fueron un montón de cosas juntas: vernos a los dos con siete u ocho años, juntanto las figuritas del mundial '98. Recordarnos comentando que empecé a estudiar música, cuando él ya tocaba hace mucho varios instrumentos. Hablar de rock: a él le gustaban Nirvana, Ramones, Creedence, a mí me gustaban Zeppelin, Floyd, Purple, Satriani, y nos llevábamos genial. Competir para ver quién llegaba antes: el me hizo conocer la palabra podio. Comparar las notas de los exámenes: yo le ganaba siempre, una vez pensó que me ganaba porque vio que me saqué nota baja y el se había sacado dos puntos menos que yo (nos calificaban sobre cien); otra vez me ganó, y no fue para menos, porque se sacó cien, el maestro. Los chistes estúpidos que hacíamos, que ahora no me acuerdo ninguno, y que si lo cuento acá está totalmente fuera de contexto, pero me río solo de acordarme de que hacíamos millones de chistes estúpidos. La chispa que tenía, un humor inocente, pero tan alegre. Comentar capítulos de Los Simpson, Cha Cha Cha, Todo por dos pesos, y a lo último de Peter Capusotto. Una de las últimas que me acuerdo son los consejos de Walter para con las mujeres: un capo total, además de que es "una tormenta de faacha". Siempre bien predispuesto a hacernos cagar de risa a todos, y nosotros se lo retribuíamos haciendo lo posible para igualarlo. Él y Julián, otro genio creativo sin comparación, pero con el que pasé menos años de mi vida. Ahora que lo pienso, lo conozco desde los siete años, no es joda. Y verlo otra vez, luego de dejar de verlo un año, fue un golpe seco en la nariz: tantas cosas vividas... tanto tiempo juntos... y se terminó. Caí el martes. Y me asustó mucho.


Porque tengo amigos que los conozco desde los tres años, y me atemorizó que cuando se termine el secundario (este año) deje de verlos, como con Walter. No te digo que con cada uno de ellos comparta toda la vida o todos mis secretos, pero me pone feliz verlos, saber que están bien, saber que aunque a veces no hablemos nos cruzamos las miradas y volvemos en el tiempo: cuando comentábamos el capítulo anterior de los Caballeros del Zodíaco, Dragon Ball, DB Z o DB GT; cuando jugábamos a la bolita en el recreo; cuando les pasaba (o me pasaban, seamos honestos) las respuestas de algún trabajo práctico medio denso; cuando intercambiábamos las figuritas de los álbumes de Pokémon (cuando todavía eran 150); cuando repasábamos para el dictado de lengua; cuando les explicaba los problemas de matemáticas y de física con mucho placer, en especial cuando lo entendían; y millones de cosas más, pero millones. La puta madre, tantas cosas que pasaron y que en un año no tenga más posibilidades de verlos nunca más?
No estoy preparado para afrontar ese golpe. No estoy listo para que se acabe toda una vida de repente solamente porque el año que viene dejamos de frecuentar nuestro lugar de encuentro, el bendito colegio, que tantos odian tanto cuando lo tenemos que empezar, pero se que entristecerán muchísimo más cuando deban terminarlo, afrontar todo lo que viene después, sin todos esos amigos rodeándote, conteniéndote, dándote su aliento.
Y los que conozco del polimodal, hace tres años? Los quiero muchísimo, también. Y es feo pensar que cuando cada uno marche en filas diferentes no nos vamos a ver más.
Tengo que hacer algo, ya. Ir corriendo a abrazarlos, uno por uno, decirles cuánto los aprecio, cuánto me alegro de haber vivido todos esos años con ellos, porque hayan sido buenos, malos, mejores, peores tiempos, días, semanas, meses, años, lo que sea... todo tiempo pasado pertenece a nuestras vidas, a lo que somos ahora, a lo que voy a ser en el futuro. Cada segundo fue crucial.
Y eso que ni comenté de mis amigos de natación, con los que además de pasar tiempo, conviví los días que viajábamos a ciudades como Paraná, Córdoba o Mar del Plata para competir en los torneos nacionales.

Para colmo, esa misma tarde fui a buscar a mi hermana a inglés, y vi, una vez más, toda mi vida en un segundo. No sé cómo no se me escapó una lágrima. Lo bien que la pasaba... a pesar de todo. Y sé que son épocas que no van a volver jamás.
Por qué todo resulta ser siempre tan efímero, a pesar de que dure años? Por qué unos cuántos años pasan tan rápido cuando te das cuenta de que ya no estás más ahí?

Hoy, ahora, entiendo perfectamente el veinte años no es nada.

Por eso, aprovechen el tiempo, cada instante que viven. Valórenlo, no se amarguen al pedo. No quiero sonar como esas cadenas de mails que dicen que Dios te ama y todo eso, pero sean felices junto a todos los que quieren. No sobra el tiempo.

3 comentarios:

  1. Che me pìntó el bajón con este post, y eso que no tengo amigos y mi secundario fue una garcha en TODO sentido, pero sí lo del tiempo que pasa tan rápido...

    Arriba el ánimo, tomate unas cervezas, anda al puterío y pum para arriba jajaja!!!

    ResponderBorrar
  2. MOLESTIA APRTE, TANTO TIEMPO QUE NO TE VEIA...

    pasate por mi nlog, que te deje un jueguito para vos...

    http://otroeden.blogspot.com

    ResponderBorrar
  3. Y te doy un consuelo?? a mi tambien me gustaban los pokemones cuando eran 150!

    te digo mas, cuando los encuenttro en el cable, me quedo mirandolos... snif, snif, cuantos recuerdos!!!

    ResponderBorrar