El mejor amigo del perro...

-Che, está lloviendo, pobres bichos, se van a mojar todos.
-Está bien, entralos.

No se a donde, pero caminaba. Caminaba, caminaba. Ah, ahí está, era meramente para adelante, de eso estoy seguro, no era ni cuesta arriba, ni cuesta abajo.
De repente, cuesta arriba.
De repente, con las piernas máaaaaaas y máaaaaaaas y máaaaaaas pesadas. Las iba arrastrando, de lo que pesaban. Era como si estuviera arrastrando algo atado a las piernas, una cosa así. O como cuando vas pataleando en el agua con las manos agarrada a una tabla. No, no, nada que ver, pesaban las piernas, mucho. Pesaban como... como cuarenta kilogramos entre las dos, creo. Era un peso que... que despertaba...
Y te despertás.
Abrís los ojos. Claro, a esas horas de la noche, te decís a vos mismo, está todo oscuro. Sí, todo oscuro, pero igual podés distinguir que la puerta está abierta... el piso un poco embarrado, como con huellas... de... patas... y que a los pies de tu cama, sobre las piernas... está tu ovejero alemán, con cara de "por favor, no me eches, a cambio te caliento las piernas, dale".
-Fuera, dale, dale- y tratás de mover las piernas para echarlo. Te pone la cabeza sobre la mano...
Qué tierno que es el muy cretino. Es una bestia, pero tiene una cara de oso que enternece.
Está bien, que se quede. Mañana me comeré una cagada a pedos y tendré que sacudir el cubrecama. Qué me importa, pobre perro. No podía echarlo si me miraba así.